Las islas Vírgenes conforman un archipiélago en el mar Caribe, al este de la isla de Puerto Rico. Las islas están divididas en dos zonas:
Las islas Vírgenes Británicas (British Virgin Islands, en inglés) que son un territorio dependiente del Reino Unido organizado como un Territorio Británico de Ultramar
Y las islas Vírgenes de los Estados Unidos (United States Virgin Islands en inglés) que son un territorio dependiente de los Estados Unidos de América organizado como un «Territorio no incorporado».
Adicionalmente otras fuentes incluyen un tercer grupo: las Islas Vírgenes Españolas o de Puerto Rico (Vieques, Culebra y otras islas menores) que fueron colonias de España hasta 1898 y son parte actualmente del Estado Libre Asociado de Puerto Rico.
Fueron descubiertas en 1493 por Cristóbal Colón, que las llamó Santa Úrsula y las Once Mil Vírgenes (quedando después el nombre en Las Vírgenes). En 1917, Dinamarca, dueña de las Islas Vírgenes desde 1672, las vendió a Estados Unidos de América y al Reino Unido por 25 millones de dolares. Estas islas estuvieron pobladas originalmente por los Arawak, los Ciboney y elementos del pueblo Caribe, pero estas poblaciones desaparecieron gradualmente durante el período colonial debido a enfermedades, a la esclavitud y al asesinato. Fueron reemplazados por esclavos de ascendencia africana empleados en las plantaciones de caña de azúcar y en al menos una plantación de indigo. Las plantaciones han desaparecido actualmente, pero los descendientes de los esclavos siguen allí, compartiendo la cultura caribeña con otras Islas Vírgenes Británicas.
La mitad occidental del archipiélago, anteriormente una colonia danesa y territorio de los EE.UU., es uno de los principales destinos del turismo de cruceros en el Caribe. La capital Carlota Amalia en la isla de Santo Tomás, gracias a su condición de puerto libre atrae a los amantes de los productos libres de impuestos. Cada año recibe a más de un millar de cruceros, cuyos pasajeros compran en las tiendas «duty free» antes de invadir las playas de la isla. Hasta el punto de que algunos residentes, preocupados por la presión que estos desembarques repetidos han causado en la naturaleza, exigen un turismo más controlado. Por ahora, Santo Tomás ofrece, aún, entre la llegada de dos barcos, kilómetros de arena blanca … casi virgen.
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